sábado, 31 de octubre de 2009

Karma Yoga, yoga en la acción


Uno de los retos que el yogui se propone es el de vivir más conscientemente e ir rescatando de sí mismo una nueva manera de percibir y tomar la vida en base a su desarrollo interior. Para ello trabaja sobre sus emociones, actitudes, reacciones y hábitos, en un intento por desarrollar un centro permanente e intenso de consciencia más allá de la envolvente y burda cáscara de la personalidad, en la que la mayoría de los seres humanos están implicados y que retarda el proceso de evolución.

El hombre es el único ser sobre la tierra que ha llegado a un punto de evolución en el que ha surgido la chispa de consciencia. Desde ese momento se ha convertido en un ser aparte pues ha emergido de la corriente de evolución colectiva y mecánica para alcanzar un estado en el que toda evolución depende ya exclusivamente de sí mismo.

La mayoría de las personas permanecen estancadas en su grado de evolución o incluso, degradan con el transcurso de los años. Solo aquellas que asumen su propia responsabilidad y se dan cuenta de que están dotadas de un foco de consciencia desarrollable y ejercitable, pueden mediante el propio esfuerzo, desarrollar la consciencia y acelerar la evolución.

La consciencia es la facultad más preciosa de la mente, que nos permite no solo percibir el exterior, sino autopercibirnos y percibir que percibimos, o sea, que la consciencia es un sol que ilumina y se autoilumina. Pero una buena parte de la humanidad permanece en un estado crepuscular, semidesarrollado de consciencia.

Desde el advenimiento del homo sapiens son escasas las personas que han tomado las riendas de su propia evolución y han seguido el entrenamiento adecuado para acelerarla. Es por esta razón que el progreso exterior jamás se ha visto correspondido por el progreso interior, resultado de lo cual son todo tipo de fricciones, conflictos y guerra. El mundo está regido por gobernantes dormidos para un conjunto de sociedades dormidas.

En el karma yoga, el practicante se empeña por vivir más conscientemente en cualquier momento y circunstancia, despojarse de la falsa personalidad y aprender a residir en el propio centro o sí mismo. Lo primero que es necesario es tomar consciencia de que precisamente no tenemos la suficiente consciencia. Muchos dormidos empiezan por rechazar toda idea de que están dormidos. Pero aquel que tiene una primera percepción de las posibilidades de desarrollo de su consciencia, de las posibilidades de una evolución más acelerada y consciente, comienza a trabajar seriamente sobre sí mismo, corrigiendo sus hábitos negativos, sus emociones nocivas, sus actitudes equivocadas.

Mediante el adiestramiento yóguico, va sobreviniendo un despertar progresivo a otras realidades, un acceder a otras dimensiones de sentir, pensar, actuar y relacionarse. Para ello hay que superar todos los elementos que mantienen la falsa personalidad: arrogancia, vanidad, actitudes egocéntricas, mentiras y autoengaños, actitudes falseadas, puntos de vista equivocados, condicionamientos múltiples y las innumerables identificaciones a las que uno está sometido. Todo este material es el que provoca en el ser humano una especie de estado hipnoideal que le mantiene aprisionado en las redes de la ilusión, los inútiles conceptos, la consciencia frágil y semidesarrollada. El ser humano se pierde en la urdimbre de sus propios filtros socioculturales, contradicciones y conflictos internos de todo tipo. Carece de unidad y, por supuesto, de la mínima armonía.

Para salir de los niveles inferiores de la mente (limitados, estrechos) ha habido en todas las épocas y latitudes seres humanos que han emprendido la aventura de la consciencia, asumiendo el desafío de romper niveles comunes de la mente para escalar a los más altos.

El karma yogui se sirve sobre todo del sistema de la acción lúcida, consciente y desinteresada, desenvolviendo toda su comprensión profunda, aprendiendo a tomar las cosas en sus justas medidas y proporciones, estableciéndose en la serenidad y ecuanimidad, aprovechando las circunstancias más cotidianas para dinamitar su propio ego y avanzar hacia la propia naturaleza-identidad.

El karma yogui tiene que aprender a no dejarse pensar, sino a actuar conscientemente, a desempeñar su papel vital con interés, pero sin identificación, con rigor pero sin dejarse sometre, con eficacia, pero sin apego ni dolorosos aferramientos o resentimientos. Su prueba es la más difícil, pasar por el fuego sin quemarse, transmutar el veneno en néctar, ser como un loto que, aunque viva en las aguas pestilentes, puede mantener su inmaculada pureza.

El karma yogui aprende a actuar sin tensión, sin agitación. A la vez que trabaja hacia afuera, está también trabajando sobre sí mismo, no solo evitando la identificación con la acción externa, sino también con sus propios mecanismos internos: la memoria psicológica negativa, la imaginación destructiva, el viejo sentimiento de importancia, las actitudes egocéntricas, los hábitos coagulados. Incluso el sufrimiento lo asimila conscientemente para que también le ayude a crecer y desarrollarse en lugar de desmoralizarle o destruirle. Progresivamente el practicante va logrando un acrecentamiento de la consciencia, el reconocimiento de su verdadera naturaleza original y la transformación interior.

El practicante ya no es una víctima de una percepción mezquina, egocéntrica y exclusivamente personal del mundo, sino que se amplía y purifica su visión y comprensión, entonces comienza a ver el mundo desde una nueva, más lúcida y fecunda perspectiva. La sabiduría interna brota y entonces el buscador descubre el verdadero significado de su ser y su devenir. Descubre que ES lo que nunca jamás dejó de ser.

Ramiro Calle

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