martes, 19 de octubre de 2010

Nosotros no somos nuestros pensamientos

¿Cómo puede ayudar la psicología budista en la vida diaria?
En primer lugar, haciéndonos comprender que nosotros no somos nuestros pensamientos. Los pensamientos pueden ser más oscuros o más claros, pero son sólo estados mentales, como nubes en el firmamento. Aspectos del buen tiempo o del mal tiempo, pero nosotros no somos el tiempo, somos algo más. Entonces, tenemos que crear una distancia y utilizar los pensamientos cuando los necesitamos. Por ejemplo, cuando queremos analizar algo. De esta manera conseguimos algo fundamental: mantener nuestra mente abierta, con presencia plena. ¿Se puede vivir así? Por supuesto, cuando uno camina por un bosque disfrutando de la naturaleza o cuando besa a alguien que quiere no está pensando ¿nos besaremos otra vez? El Buda dice: cuando uno come, come; cuando tiene sueño, duerme. ¿Hace falta pensar cuando escuchamos una melodía que nos apasiona? Para escuchar con atención no hace falta pensar.

¿De qué otra manera?
Partamos de este principio: nosotros somos parte de la naturaleza y por eso tenemos sus características. ¿Y cómo es la naturaleza? Entre otras cosas es generosa. En ella todo fluye, por lo tanto no debemos retener, acumular para querer estar a salvo, para después.

¿Qué otras características tenemos como parte de la naturaleza?
Disciplina, paciencia, esfuerzo, concentración y comprensión. Por ejemplo, si estoy enojado aplico la paciencia, respiro profundo, me callo, salgo a caminar con el perro; en todo caso trato de no empeorar las cosas. Ese es un antiguo consejo de los maestros budistas: por lo menos no lo hagas peor, no la embarres. Andá poco a poco cambiando las cosas, hasta restablecer el equilibrio. En un tercer enfoque, la psicología budista propone considerar los estados mentales como la materia prima para despertar.

¿Cómo es eso?
Supongamos que estoy enojado, en primer lugar tomo distancia; segundo, aplico un antídoto, trato de serenarme, y tercero, me doy cuenta de que si pudiera relajarme podría aplicar esa energía en algo bueno. Me relajo y siento en mi cuerpo esa parte que está funcionando mal, entonces no retengo el enojo, dejo fluir esa energía que puede transformar el rencor en cuidado. Si siento envidia convierto ese sentimiento en alegría por los logros de los otros. En la naturaleza hay una gran economía de medios, no hay desperdicio, siempre se trata de reorientar, transformar lo negativo en materia para construir lo positivo. Y eso es amor.

¿Qué es el kum nye?
En kum nye hablamos de sensaciones, de despertar nuestros sentidos bloqueados por el estrés de la vida moderna. Descubrimos una manera enteramente nueva de ser, una perspectiva abierta que se deleita con la integración del cuerpo, la mente, los sentidos, las sensaciones y el entorno. Aprendemos a apreciar, a vivir las experiencias profundamente. Trabajamos con el cuerpo, nos enfocamos en la energía, no nos interesa el contenido de las tensiones. Al relajarnos liberamos la energía retenida y la transformamos en sensaciones saludables. El kum nye es como un masaje a nuestro espacio interior para liberarlo de las contracturas alojadas en el cuerpo, producto de malas experiencias. El cuerpo es la puerta que une lo psicológico y lo físico. Cambiamos el foco de pensar en algo a sentir en el cuerpo. Cuando uno baila no piensa. Kum nye es como bailar. Y cuando relajamos el cuerpo nos damos cuenta de que sabemos mucho más sobre nosotros de lo que creemos.

Esa sonrisa constante que tienen los tibetanos, pese a ser muy pobres, ¿cómo la logran?
Los tibetanos, que tienen mucho sentido del humor, suelen decir que ellos tienen un hueso en el corazón. Esto no quiere decir que no sean afectuosos o capaces de sentir alegría o tristeza, sino que no son esclavos de sus sentimientos. Y eso es sabio.

Arnaud Maitland
Entrevista La Nación
abril 2010

Maitland es instructor de meditación y de kum nye, yoga tibetano; director de Dharma Publishing, editora sin fines de lucro, y autor de varios libros, entre otros Vivir sin arrepentimiento, en el que cuenta cómo la experiencia de perder a su madre, que murió de Alzheimer, le permitió profundizar las enseñanzas del budismo.

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