martes, 5 de mayo de 2009

Nuestro cuerpo, esa casa que no habitamos



En este momento, en el lugar preciso en que usted se encuentra, hay una casa que lleva su nombre. Usted es su único propietario, pero hace mucho tiempo que ha perdido las llaves. Por eso permanece fuera y no conoce más que la fachada. No vive en ella. Esa casa, albergue de sus recuerdos más olvidados, más rechazados, es SU CUERPO.

"Si las paredes oyesen..." En la casa que es su cuerpo, si oyen. Las paredes que lo han oído todo y no han olvidado nada son sus músculos. En el envaramiento, en las crispaciones, en la debilidad y en los dolores de los músculos de la espalda, del cuello, de las piernas, de los brazos y también en los de la cara y en los del sexo, se revela toda su historia, desde el nacimiento hasta el día de hoy.

Sin siquiera darse cuenta, desde el primer mes de su vida reaccionó a las presiones familiares, sociales, morales. "Ponte así, o asá. No toques eso. No te toques. Pórtate bien. ¡Pero, vamos, muévete! Date prisa. A dónde vas con tanta prisa...?" Confundido, se plegaba a todo como podía. Para conformarse, tuvo que deformarse. Su verdadero cuerpo, naturalmente armonioso, dinámico, alegre, se vio sustituido por un cuerpo extraño al que acepta mal, que en el fondo de si mismo rechaza.

"Es la vida, dice, que le vamos a hacer!" Pues yo le digo que si, que se puede hacer algo y que sólo usted puede hacerlo. Aún no es demasiado tarde. Nunca es demasiado tarde para liberarse de la programación del pasado, para hacerse cargo del propio cuerpo, para descubrir posibilidades todavía insospechadas.

Existir significa nacer continuamente. Pero ¿cuántos hay que se dajan morir un poco cada día, integrándose tan bien en las estructuras de la vida contemporánea que pierden su vida al perderse de vista a si mismos.

Sin embargo, es posible encontrar las llaves de nuestro cuerpo, tomar posesión de él, habitarlo al fin, para hallar en él la vitalidad, la salud, la autonomía a que tenemos derecho. ¿Pero cómo? No, desde luego, considerando el cuerpo como una máquina forzosamente defectuosa y molesta, como una máquina formada por piezas separadas, cada una de las cuales (cabeza, espalda, pies, nervios...) ha de confiarse a un especialista, cuya autoridad y veredicto se aceptan ciegamente. No, desde luego, contentándose con ponerse de una vez por todas la etiqueta de "nervioso", "propenso a los insomnios", "estreñido", "frágil". U no, dede luego, tratando de fortalecerse mediante la gimnasia, que no es más que la doma forzada del cuerpo-carne, del cuerpo considerado como no inteligente, como un animal que es preciso disciplinar.

Nuestro cuerpo es nosotros mismos. Él es nuestra única realidad aprehensible. No se opone a la inteligencia, a los sentimientos, al alma. Los incluye y los alberga. Por ello, tomar conciencia del propio cuerpo significa abrirse al acceso a la totalidad del ser... porque cuerpo y espíritu, lo psíquico y lo físico, incluso la fuerza y la debilidad, representan, no la dualidad del ser, sino su unidad.

Therese Bertherat
extracto de "El cuerpo tiene sus razones"