A menudo he oído comentar a los padres primerizos una expresión referente a su nueva situación derivada de la paternidad: “nos ha cambiado la vida”. Se refieren al hecho de que al introducir en sus vidas a un pequeño bebé, indefenso, que requiere de toda su atención, han de desarrollar una actitud de permanente cuidado y atención a su hijo. Este esfuerzo de salir “de sí mismos” para centrarse tan absolutamente en su hijo tiene como consecuencia ese cambio tan hondo.
En la vida espiritual sucede algo parecido. El que ha pasado toda su vida pendiente de sí mismo, como la cosa más natural y de sentido común, al encontrar a Dios en su vida, al nacer a la vida espiritual, experimenta un cambio absoluto en la percepción de la realidad que para describirla no puede sino utilizar la misma expresión de esos padres primerizos. En ese momento la existencia deja de ser monótona. Descubrimos la riqueza indescriptible de la vida interior y así, cada día se convierte en una aventura en la que partiendo de nosotros mismos, queremos alcanzar a Dios, crecer en su Amor, satisfacer su voluntad, gozar de su paz, descubrir sus secretos….
Esta enorme riqueza interior colma por completo. Poco a poco las ansiedades de la vida se difuminan y el recogimiento interior es tan pleno y dulce que en todo supera a las más ajetreadas y variopintas actividades que antes necesitábamos para estar entretenidos. Es precisamente en este conocimiento de uno mismo, en este hondo escrutinio de lo que cada persona somos, cuando se satisface la máxima a la que hace referencia el título de esta página. Sucede que percibimos como verdaderamente no da igual hacer una cosa sin entender por qué la hacemos, es decir, la intención determina por completo el valor de la acción.
Comprendemos la hondura e importancia de las motivaciones e inclinaciones del alma, entendemos que la intención es lo que nos inclina al Amor… o al egoísmo, y en la vivencia permanente de esta dualidad, de nuestra libertad, se adquiere la perspectiva y la distancia sobre uno mismo, nos alejamos de nuestro Ego y comprendemos la bondad de la búsqueda de Dios. Tan importante o más de lo que hacemos se encuentra el escondido mundo de las intenciones que nos mueven, y en la comprensión, con Luz, de ese mundo interior, se halla la riqueza y la experiencia de la vida espiritual.
Así como una persona comprende racionalmente las ideas que pasan por nuestra mente en todo momento, la vida espiritual te eleva a la percepción de las intenciones que transitan por tu corazón en cada instante, entendiendo y diferenciando aquellas que te apagan y oscurecen e inquietan, de las que te hacen crecer en amor, te procuran la paz de Dios, y te iluminan. Puesto que el hombre está hecho para ser feliz, cuán importante es descubrir que tenemos la felicidad y la paz al alcance de nuestra mano en todo momento.
He ahí ese nivel de percepción superior.
Catalina Hill
Busca en tu interior
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