De una forma o de otra todos estamos sufriendo. Individual y colectivamente. Podemos intentar negarlo, o evitarlo, pero esto es algo dominante. Nuestro sufrimiento toma muchas formas: dolor físico, angustia emocional, miedo, ira, envidia, expectativas respecto a los demás, preocupación menta, depresión. Buscamos escapar de ello a través del alcohol, las drogas, la televisión, el comer, el ejercicio, formas innumerables de distracción, el trabajo, las terapias y la religión. ¿Pero comprendemos la causa raíz de nuestro sufrimiento? ¿Y por qué causamos tanto sufrimiento unos a otros?
La sabiduría es conocer la fuente del sufrimiento y la fuente de la alegría. El sabio nos dice que es la confusión de nuestro Ser verdadero con el cuerpo-mente-personalidad lo que está en la raíz del sufrimiento. Él nos dice nos dice que cuando nos identificamos con nuestra alma, permaneciendo firmemente en la perspectiva de un Testigo interno, podemos conocer la alegría profunda, instantáneamente, sin esfuerzo.
¿Quién sufre?
Puede haber dolor físico, emociones turbulentas, pensamientos conflictivos. Pero ellos vienen y van. Y cuando se han ido, permanece quien verdaderamente somos. Tú eres eso que siempre es, a través del espectáculo pasajero de las sensaciones físicas, las emociones y los pensamientos. Tú no puedes ser nada que venga y se vaya. Tú sólo puedes ser eso que siempre es. ¿Qué parte de ti nunca cambia? Toma ahora unas respiraciones profundas, y pregúntate: “¿Qué parte de mí nunca cambia?”. Los pensamientos cambian. Las emociones cambian. Las sensaciones del cuerpo cambian. ¿Qué queda? No le pongas siquiera una etiqueta. Sencillamente date cuenta de “eso”. “Eso” es uniforme, intemporal, inmutable.
Como tu mente está comprometida en leer este artículo, intentando comprender el tema que estoy señalando, los pensamientos normalmente surgirán. Pero, ¿puedes dar un paso atrás y cambiar tu perspectiva, convirtiéndote en un Testigo de cualquier pensamiento, sentimiento, y sensación que surja mientras continúas leyendo este artículo? Si puedes, estarás disfrutando de la perspectiva de tu alma, que es consciencia pura. A diferencia de todo lo demás, no puede ser experimentada, porque no es un objeto. Es el sujeto. Todo lo demás es un objeto. Así, descubrir Quién eres no tiene que ver con tener una nueva experiencia. No hay nada “especial” que experimentar. Tú tampoco te vas a volver “especial”. Ser “especial” implica estar separado de todo lo demás. Quien tú eres es eso que está detrás de toda “cosa”, y por tanto, no está separado.
"Eso" tampoco puede ser aprendido. La comprensión implica pensamientos acerca de un objeto de observación o de consideración. Pero “eso” está más allá de todos los pensamientos. Eso es simplemente amor.
Tú no eres tus pensamientos. La mayoría de ellos no son siquiera tuyos, para comenzar. Tú tienes pensamientos; ellos vienen y van. Pero tú permaneces. La mayoría de los pensamientos son generados por los demás, flotan por alrededor en la atmósfera mental y luego entran en tu campo de consciencia mental, donde tú les añades un poco de color local, un toque personal, y luego lo expresas con “yo pienso” o “yo estoy desanimado”, “tengo que hacer esto”, o “vámonos” o lo que sea.
Así, los sabios son aquellos que pueden cambiar de perspectiva y permanecer en un estado de realización donde no se identifican con los pensamientos, las emociones y las sensaciones del cuerpo-mente, sino con la perspectiva del Testigo del alma. La perspectiva del Testigo del alma es amor que da extensamente.
Egoísmo
¿Por qué ordinariamente identificamos nuestro ser con nuestras sensaciones y emociones? En el lapso de un día somos aptos de confundir “quienes somos” con diversas identidades, a menudo conflictivas. “Yo estoy cansado” piensa uno al despertar. Tras una taza de café y dos llamadas telefónicas, “yo estoy super-recargado”. Después en el día “yo estoy orgulloso de lograr esto o aquello, o feliz”, o enamorado. Pero, al final del mismo día, “yo estoy” aburrido, celoso, envidioso o perturbado, furioso o infeliz, y puedo incluso odiar a la misma persona que adoraba antes en el día. Así que ¿cuál de éstos te describe? “Tú” no puedes ser todas estas emociones y sensaciones cambiantes. Tú no eres ninguna de estas cosas.
Si te pregunto quién eres tú, podrías decirme tu nombre, y cómo te ganas la vida; quizás tu estatus marital y con quién te relacionas, como “la madre/el padre de tres niños”. Podrías decirme de dónde eres, qué te gusta, qué no te gusta, dónde trabajas, tu religión. Y si tuviéramos más tiempo comenzarías a contarme historias sobre ti mismo y sobre lo que tú crees. Sin embargo, si te encuentro un año después, cualquiera de estas cosas puede haber cambiado, puedes haber perdido tu trabajo, haberte divorciado, haber cambiado lo que te gusta y lo que no te gusta del mundo, y ahora tienes nuevas historias que contarme. ¿Así que quién eres tú? ¿Realmente? No puedes ser nada de lo anterior, porque todo ello es temporal. Sólo puedes ser eso que nunca cambia. Porque si cambia, ya no puede ser más.
Estamos muy confundidos acerca de nuestra identidad. ¡Pensamos o decimos “yo” miles de veces más al día! ¿Pero quién es este “yo”? La palabra para “yo” en griego es “ego”. El ego podría ser definido como el hábito de identificarnos con el cuerpo, la mente y las emociones. Siempre que hacemos o pensamos o sentimos algo repetidamente, se forma un hábito. Los lóbulos interiores del cerebro programan nuestros hábitos para facilitar nuestras respuestas a estímulos externos que provienen de los cinco sentidos. Tenemos miles de hábitos, son únicos a cada individuo. La forma como caminamos, hablamos, comemos, conducimos un coche, tratamos a los demás, las cosas que nos gustan y que no nos gustan, todas éstas se basan en hábitos. Juntos, su suma se añade a lo que es referido como nuestro karma: las consecuencias de nuestros pensamientos, palabras y acciones pasados.
El hábito más significativo que tenemos cada uno es el hábito de identificarnos con nuestros pensamientos, emociones y sensaciones. Decimos o pensamos: “yo pienso” o “yo siento” o “yo estoy cansado” o “yo estoy alterado”. Sin embargo, verdaderamente, no somos nada de estas experiencias. Es correcto decir: “Los pensamientos que tengo sobre eso son.....” o “mi cuerpo está cansado”, o “me siento alterado por eso”. Esto es, todo lo que experimentamos es un objeto, no es el sujeto. Quien soy verdaderamente, la consciencia pura del Testigo, es el sujeto. Así que el egoísmo es realmente un caso de identidad errónea. Como un actor, pretendemos que somos alguien que no somos, olvidando nuestra verdadera identidad.
Consecuencias del egoísmo
Consecuencias del egoísmo
Así, la consecuencia más importante del egoísmo es el sufrimiento. El sufrimiento depende de cómo reaccionas a lo que sucede. Es por tanto distinto del dolor. Por ejemplo, el dolor puede suceder cuando te caes y te golpeas tu cara y tu codo. El sufrimiento implica emociones como ira, vergüenza y remordimiento que le siguen. Por causa del egoísmo te identificas con tales emociones, maldices y pierdes tu sentido de ecuanimidad y del humor. El sufrimiento te lanza fuera del equilibrio. El ego puede lanzarte fuera del equilibrio. Quien tú eres verdaderamente no puede hacerlo. Quien eres verdaderamente mantiene un sentido de la ecuanimidad.
Es por tanto importante estar vigilante y notar las manifestaciones del ego, antes de que se desequilibre y te arrastra hacia sentimientos negativos. Éstos incluyen:
1. Deseo: imaginar o fantasear el placer derivado de algún objeto o circunstancia, o sentir aversión hacia algo que creemos que nos causará algún dolor o incomodidad. Es pasajero, pero nos impide disfrutar del momento presente. El deseo es una trampa, porque cualquier deseo nos convencerá de que “estaríamos mejor” si sólo pudiéramos satisfacer ese deseo. Éste quema hasta que es satisfecho, luego hay una suspensión temporal del deseo hasta que surge el nuevo deseo, normalmente justo después. Los deseos no tienen fin. La próxima vez que sientas deseos de algo, pregúntate “¿quién desea?”, e inmediatamente te volverás hacia tu ser verdadero, y ver las cosas desde su verdadera perspectiva, la del Testigo. En verdad, no hay nadie que desee; los deseos vienen, y se van. Cuando estás satisfaciendo un deseo, de nuevo, obsérvate a ti mismo disfrutándolo. Cultiva la perspectiva de un observador amoroso y desapegado. Quien ama no desea nada.
2. Ira. Incluye todos esos sentimientos fuertemente apasionados sostenidos hacia alguien o algo, incluso uno mismo, cuando los deseos son frustrados. La ira misma forma un hábito. Debe ser rechazada o reorientada. La ira siempre afecta negativamente al que la posee. El sabio no guarda la ira. La ira puede ser siempre redirigida hacia acciones positivas para ayudar a corregir un error. Quien ama no retiene la ira.
3. Codicia: implica querer más para ti mismo, más que querer el bien de los demás. La codicia es una práctica de estar centrado en uno con respecto a todo; querer la mayor parte de todo, sea riqueza financiera, comida, gratificación sensual, gratificación emocional o gratificación espiritual. Quien ama verdaderamente no es codicioso.
4. Orgullo: es una opinión muy exagerada sobre uno mismo, frecuentemente resultando en desprecio y en mal trato hacia los demás. Uno se siente como superior de algún modo. Puede manifestarse cuando uno se identifica con sus logros personales, o con los logros de una religión, de un equipo deportivo, con la propia raza, nacionalidad, o siempre que haya un pensamiento de “yo” o “nosotros” frente a “ellos”. El orgullo esconde la realización de nuestro Ser verdadero y nos vuelve incapaces de ver la realidad subyacente de todo. El orgullo confina al amor.
5. Envidia, malicia y celos: es la amargura que es experimentada al ver a los demás felices o teniendo algo que uno no tiene. También oscurece la fuente interna verdadera de gozo. La amargura restringe el amor de modo que uno no es capaz de experimentarlos ni siquiera para sí misma.
El sabio ve estas manifestaciones del ego como oportunidades para la propia purificación: dejando partir lo que uno no es, de modo que uno puede disfrutar de la fuente interna de bienestar y de amor.
Marshall Govindan
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